Situarnos en el medio.

En el mar nada es como en tierra. El firme no lo es, la mar está en constante movimiento. Servir un Gin-Tonic puede convertirse en una carrera de obstáculos con desgraciado final; calentar una crema que queremos servir de primer plato es un reto para el equilibrio y estabilidad del líquido y un peligro potencial de quemadura; un adorno floral se transforma en desastre ante un pantocazo inesperado; unas copas de cava depositadas sobre la superficie lacada de la mesa serán un misil con destino a la moqueta al primer balanceo, pudiendo además sus cristales provocar un importante daño en los pies descalzos de los invitados…

Así pues, hemos de tener unos conocimientos básicos sobre náutica que hagan más cómodo y seguro nuestro trabajo. Por eso aconsejo a todos aquellos compañeros que decidan embarcarse por este camino, que realicen previamente algún tipo de estudio específico.

En mi caso, la obtención del título de Patrón de Embarcaciones de Recreo me fue muy útil para adquirir esos conocimientos, pero he de advertir que al igual que el carnet de conducir no te enseña a manejar el coche, esos conocimientos náuticos no son nada sin la práctica tutorizada por un auténtico profesional del mar y por supuesto, en el medio que se pretende dominar.

Pero tal vez la cuestión más importante para decidirse por el trabajo en este sector, es tener en cuenta su dureza. No es un trabajo amable, no es un trabajo con jornada delimitada. Si además vivimos a bordo, que es lo más usual pues también lo usual es estar navegando, el barco puede convertirse en nuestra celda-escaparate, un lugar donde siempre estamos presentes y por lo tanto disponibles. El armador, su familia, sus invitados, están de vacaciones. Nosotros, estamos trabajando. Este trabajo además es normalmente de temporada, lo que significa que los días libres no existen durante semanas enteras y probablemente meses. Las noches no comienzan al acabar la jornada de trabajo, pues ésta no existe, de modo que concertar una cita con alguien para distraernos y cenar o tomarnos una copa en algún lugar del puerto, es una aventura con resultado inesperado.

Advierto también para aquellos que desconocen este mundo, que las tareas a bordo suelen solaparse entre los diferentes miembros de la tripulación. Hasta una determinada eslora es usual que los tripulantes, aunque en teoría tengan una categoría asignada, deban en la realidad realizar tareas de otra categoría.

Esto no es en principio negativo, sino todo lo contrario. Si el equipo funciona, puede ser un alivio en muchas ocasiones. Que seamos capaces de ayudar en una maniobra, o manejar la zodiac en un momento dado, que el Capitán nos eche una mano sirviendo fuentes en la cocina, o el marinero pueda hacer los camarotes, forma parte de las particularidades del trabajo a bordo. La dualidad en este medio que puede llegar a ser muy hostil, es un medio de liberar tensiones de otros miembros de la tripulación, contribuyendo a la salud de la convivencia.


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