INTRODUCCIÓN.

Según datos estimativos[1], de los 4.000 grandes yates que hay navegando por el mundo, unos 2.000 poseen una eslora superior a los 36 metros. Y se presume que hay en todo el mundo 200.000 personas con suficiente capacidad económica como para adquirir o alquilar un súper yate.

Esto da una idea del potencial de crecimiento de este segmento del súper lujo, crecimiento que se ve confirmado año tras año. Bien es sabido que la crisis afecta en diferente medida a según qué sector de la población, y basta ver las expansivas cifras de los grandes salones náuticos del mundo dedicados a los grandes yates, como el Monaco Yacht Show (el único en el mundo que concentra un centenar de megayates en un mismo lugar) o los de Génova, Barcelona o Fort Lauderdale, que dedican cada año más y más espacio a estas unidades... Sin hablar ya de las nuevas marinas que se están construyendo tanto en España como en el resto del planeta.

El resultado es que la industria del megayate crece a pasos agigantados, pero los armadores y sus capitanes se encuentran con verdaderas dificultades para encontrar la tripulación adecuada a las necesidades que demandan estos barcos de lujo.

Si tenemos en cuenta que un barco por encima de 20 metros precisa una tripulación de 2 personas, que los de 24 metros habilitan generalmente un espacio como mínimo para cuatro tripulantes, y que por encima de esa eslora pueden llegar fácilmente a 12, 16 o más hasta los 50 metros, es fácil percatarse de que las preocupaciones de los armadores pueden ir proporcionalmente en aumento.
El yate de lujo es parte inherente de la imagen de su inquilino o propietario. Un armador de estas características presenta un perfil en el que se incluye la necesidad de rentabilizar esta propiedad o alquiler mucho más allá de su utilización para el ocio personal y familiar, y la embarcación se convierte en muchas ocasiones en un centro de negocios y de relaciones sociales de alto nivel.

Así pues, en estos megayates no es suficiente poseer conocimientos generales sobre todo, y se hace imprescindible la especialización.

La recientemente constituida Flagship Superyacht Academy[2] de Southampton estima que la demanda superará pronto los 3.000 empleos de este tipo. Además, la rotación es elevada, ya que muchas tripulaciones se contratan sólo por temporada.


De aquí que empiecen a proliferar las escuelas de formación de tripulantes altamente cualificados, así como el cambio conceptual sobre la propiedad o alquiler de una embarcación de gran eslora.

Por otro lado, un capitán puede saber atender la mesa en un momento dado, pero no es su responsabilidad ni aquello para lo que se ha preparado y ha sido contratado. Su responsabilidad es el gobierno de la embarcación y la seguridad de ésta y de las personas a bordo.

Los astilleros por su parte también son conscientes de la conveniencia de unir yate de lujo con una tripulación acorde. Así lo manifestó ya en el año 2004 D. Vincenzo Poerio, Director General de Benetti-Azimut, durante el 4º Congreso de Yachtmaster organizado por la marca italiana en Venecia[3]“La industria náutica está creciendo rápidamente y los yates de lujo son cada vez más complejos, por lo que es fundamental para los futuros armadores conseguir una tripulación de calidad, que sea capaz de, al tiempo de gobernar óptimamente la embarcación, imprimir el nivel de profesionalidad y estilo que estos yates necesitan en todos sus ámbitos.”

Del mismo  modo, el Sr. Poerio ya se anticipaba a la necesidad que hoy se materializa en los más importantes astilleros del mundo que fabrican yates de lujo, al manifestar que “atendiendo al crecimiento de nuestra industria, es obvio que tenemos que aumentar la inversión en tecnología, pero también en servicios. Debemos trabajar en todos los aspectos de gestión de los superyates, con el fin de proporcionar a los armadores una oferta coherente y especializada, que le libere de uno de los aspectos más engorrosos: equipar su yate con la tripulación. 

A través de mi aproximación al sector náutico, y tras varios meses navegando en un yate de esas características, he tenido ocasión de comprobar la necesidad que hay en estas embarcaciones de personal especializado en cuestiones hasta ahora consideradas irrelevantes. Es éste un terreno por explorar en nuestra profesión.

En este tipo de embarcación, hay profesionales con conocimientos de navegación, máquinas, comunicaciones… ¿Pero dónde está la capacidad organizativa, la realización de eventos, la atención a invitados, el manejo y conocimiento en los tratamientos y las relaciones sociales, la oportunidad de la etiqueta, la presencia, la imagen? Estos son conocimientos enmarcados en nuestra profesión y que hemos de reivindicar.

Ya basta de que profesionales marinos, llámense capitanes, patrones, marineros... soporten sobre sus espaldas la responsabilidad de organizar, ocuparse y preocuparse de tareas y responsabilidades que corresponden a otro sector: el del técnico en protocolo.

Finalmente, el yate es la casa del armador, y éste, el anfitrión. Desde la imagen general hasta la profesionalidad y buen hacer en todo aquello que se organiza y se ofrece a invitados, así como la formación específica de la tripulación en cuestiones como los tratamientos, las relaciones sociales, etc., contribuyen a conseguir la coherencia esperada entre lo que vemos, y lo que hay.

Sin duda, la "clase" es mucho más que el "tamaño".

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